Cómo conseguir que los
niños coman de todo es la pregunta más recurrente que suelen hacerse los
padres.
Lo primero que hay que saber es que los gritos y los enfados no producen buenos
resultados, ya que, en ocasiones, los
niños usan la hora de comer como manera de llamar la atención y de “ponernos
de los nervios” para conseguir lo que ellos quieren. Tampoco el hecho de ceder a
cada una de las demandas de los niños tiene buenas consecuencias. Con el
ánimo de verlos siempre felices, en ocasiones se les concede el capricho de
comer aquello que les apetece aunque no sea lo más nutritivo o adecuado. Y así,
comprobamos una gran cantidad de niños
que abusan de alimentos inadecuados, excesivamente calóricos, … y que no
comen lo que se les presenta en la mesa porque saben que sus padres van a
cambiárselo por algo más apetecible para ellos. Insistimos en que, en ocasiones, estas negaciones a comer esconden
llamadas de atención o intentos de autoafirmación para que se les reconozca
como diferentes e independientes, como mayores, como seres autónomos. Y no es un rechazo real a la comida que se le
ofrece. Cuántas veces hemos comprobado que, tras el rechazo inicial,
el niño se distrae con otra cosa y se come sin rechistar aquello que antes le
había provocado una pataleta monumental. Por eso, los padres suelen recurrir a
hacerles el avión, a darles juguetitos,…. Pero, la hora de comer no es la hora de jugar.
El niño es un
pequeño investigador que se limita a
buscar mediante el ensayo-error cuáles
son sus límites y hasta qué punto pueden ser reconocidas estas diferencias y
estas autoafirmaciones. Ésta es una etapa normal en el desarrollo del
individuo, que todos pasamos, y que debemos tomar con la alegría de saber que
nuestro hijo evoluciona de manera normal y que si, por el contrario, es sumiso
ante aquello que se le impone, puede suponer un problema en el resto de su vida,
porque se le convertiría en una persona manejable, con el consiguiente riesgo
para su integridad física y moral.
Por tanto, debemos tomarnos estas
negaciones a tomar algunos alimentos cómo un intento de rebeldía que implica
mayor autonomía del niño. Así pues, cuando un niño pida macarrones en lugar
de lentejas, que es lo que le hemos puesto en la mesa, podríamos actuar diciéndole
con una sonrisa: “mañana podemos hacer macarrones, pero hoy tenemos lentejas”. Y si se niega a comer lentejas, se quedará sin
comer sin ningún problema, porque, en esta sociedad sobrenutrida, saltarse una
comida no es ningún problema. Recuerda que hay millones de niños que no comen
nada más que una comida de dudosa calidad una vez al día y que se necesitan
muchos días para morir de inanición.
Es normal que si el niño llora nos cuestionemos si estamos siendo buenos padres; y, peor aún, pensamos que los vecinos o los abuelos nos cuestionarán nuestra capacidad para educarlos. Otras veces, llegamos agotados de las tareas y problemas diarias y no queremos complicarnos también con la comida del niño. Pues bien, sí seremos buenos padres si conseguimos que nuestro hijo se eduque en una nutrición adecuada y en el respeto de unas normas básicas de convivencia y salud, aunque nos toque un poco de pelea los primeros días. Los niños no son tontos y saben cuándo y a quién pueden “torear”. En mi caso, cuando nuestros hijos pedían algo con insistencia que nosotros no estábamos dispuestos a darles porque considerábamos que no era bueno para ellos, recurríamos a una frase que ellos llegaron a entender que serían inútiles todas las pataletas del mundo, porque nosotros no cederíamos. Por tanto, sería perder el tiempo y las energías en ”borriquear”. Esta frase era: “Lo siento, pero no es negociable”, y siempre iba acompañada con un gesto de firmeza y de cariño a la vez. Estaría bien que cada familia tuviera una frase propia que al oírla los hijos comprendieran que sus padres no se dejarán convencer por la estrategia de la pataleta, y así se evitarían muchos llantos inútiles. Pero no basta con decirla si antes no le has dado el significado de que no transigirás a sus caprichos.
Es normal que si el niño llora nos cuestionemos si estamos siendo buenos padres; y, peor aún, pensamos que los vecinos o los abuelos nos cuestionarán nuestra capacidad para educarlos. Otras veces, llegamos agotados de las tareas y problemas diarias y no queremos complicarnos también con la comida del niño. Pues bien, sí seremos buenos padres si conseguimos que nuestro hijo se eduque en una nutrición adecuada y en el respeto de unas normas básicas de convivencia y salud, aunque nos toque un poco de pelea los primeros días. Los niños no son tontos y saben cuándo y a quién pueden “torear”. En mi caso, cuando nuestros hijos pedían algo con insistencia que nosotros no estábamos dispuestos a darles porque considerábamos que no era bueno para ellos, recurríamos a una frase que ellos llegaron a entender que serían inútiles todas las pataletas del mundo, porque nosotros no cederíamos. Por tanto, sería perder el tiempo y las energías en ”borriquear”. Esta frase era: “Lo siento, pero no es negociable”, y siempre iba acompañada con un gesto de firmeza y de cariño a la vez. Estaría bien que cada familia tuviera una frase propia que al oírla los hijos comprendieran que sus padres no se dejarán convencer por la estrategia de la pataleta, y así se evitarían muchos llantos inútiles. Pero no basta con decirla si antes no le has dado el significado de que no transigirás a sus caprichos.
En consecuencia, si
un día se le ofrece algo que le
guste porque ha rechazado la comida que inicialmente le presentamos, al día
siguiente volverá a rechazarla esperando
a ver qué le dan para complacerle. Y tú, adulto, si pudieras conseguir
lo que quieres con una pequeña pataleta ¿no lo intentarías?
Tampoco hay que olvidar que la comida es un acto de tipo social en la que los niños deben sentirse uno más del grupo y por tanto es necesario que la comida se realice con toda la familia unida y, al ser posible, sin televisión para favorecer la comunicación. Conozco un caso concreto en el que, de pronto, la hija no quería comer lo que su madre le ponía en el plato. Tras unos días en los que la madre se ponía nerviosa y acababa gritando, decidió probar a quitarle el plato de delante, con mucha tranquilidad, y recomendó al resto de la familia que actuaran dejándola “fuera del grupo”, no dirigiéndole la mirada ni la palabra. Cuando la hija comprobó que los que comían interactuaban y reían, pero a ella no le hacían apenas caso, decidió pedir el plato de nuevo para comérselo. La madre no quiso dárselo diciéndole: “no te preocupes, no te lo comas; me has dicho que no te gustaba y si no quieres no lo comas” Y, una vez más, continuó hablando con el resto de la familia e ignorándola. Cuando la niña se vio aislada del grupo, entendió que su intento de experimentar no le resultó rentable socialmente.
Tampoco hay que olvidar que la comida es un acto de tipo social en la que los niños deben sentirse uno más del grupo y por tanto es necesario que la comida se realice con toda la familia unida y, al ser posible, sin televisión para favorecer la comunicación. Conozco un caso concreto en el que, de pronto, la hija no quería comer lo que su madre le ponía en el plato. Tras unos días en los que la madre se ponía nerviosa y acababa gritando, decidió probar a quitarle el plato de delante, con mucha tranquilidad, y recomendó al resto de la familia que actuaran dejándola “fuera del grupo”, no dirigiéndole la mirada ni la palabra. Cuando la hija comprobó que los que comían interactuaban y reían, pero a ella no le hacían apenas caso, decidió pedir el plato de nuevo para comérselo. La madre no quiso dárselo diciéndole: “no te preocupes, no te lo comas; me has dicho que no te gustaba y si no quieres no lo comas” Y, una vez más, continuó hablando con el resto de la familia e ignorándola. Cuando la niña se vio aislada del grupo, entendió que su intento de experimentar no le resultó rentable socialmente.
Y, ¿cómo se puede educar el paladar? Para iniciar a comer cosas nuevas a mis hijos, yo acostumbrada a ponerles el alimento nuevo como primer plato y procuraba que el segundo fuese su favorito, de manera que estuvieran deseando de acabar el primero para poder comer el segundo; y, por supuesto, de ese primer plato no les hacía comer gran cantidad las primeras veces. Empezábamos por una sola cucharada y ampliábamos la cantidad en sucesivos días. Pero sí teníamos una consigna en la familia, una frase más, que decía que “todo lo que salía a la mesa era obligatorio probar al menos un poco”. Las primeras veces lo comían con un vaso de agua al lado para poder limpiarse inmediatamente el "mal sabor" del alimento nuevo. Yo misma se lo preparaba en ocasiones. Este detalle a mí no me importaba, porque mi intención era que el paladar se les fuera acostumbrando a este nuevo sabor. Y está comprobado que los sabores nuevos que no resultan agradables inicialmente, a partir de la décima vez de probarlos se comienzan a tolerar. Si tiramos enseguida la toalla será difícil que consigamos desarrollar en nuestros hijos un paladar lo suficientemente amplio para que pueda nutrirse correctamente, puesto que cuanto más variada sea su alimentación más podremos asegurarnos de que su nutrición sea equilibrada.
También procuraba que la presentación del alimento nuevo
fuese sugerente; por ejemplo, en la menestra de verduras triturada les
escondía patatas fritas como si fueran náufragos y era obligatorio que los
náufragos se impregnarán bien de la menestra antes de poder ser
ingeridos. De esta forma, poco a poco, mis hijos fueron habituándose a tomar verduras.
En otras ocasiones, el alimento nuevo formaba parte de un plato que les gustará
mucho; incluso, este alimento nuevo
podía llegar a ser parte decorativa de esa comida que les gustará mucho; por
ejemplo, la judía verde (que fue una de las verduras que más les costó
comer) podría ser la boquita de una carita hecha de tortilla francesa,
con ojitos de tomate y nariz de guisantes.
El paladar de los niños evoluciona a lo largo
de los años, empezando a preferir los sabores dulces y delicados en los primeros años de vida, y poco a poco, y
según lo que nosotros seamos capaces de conseguir, ese paladar se irá adaptando
a los nuevos sabores.
Pero,…¡ cuidado con las golosinas!,
ya que muchas de ellas enmascaran gran cantidad de sal, azúcares, conservantes,
colorantes,… que no son saludables. Los gusanitos, por ejemplo, se les suelen
dar a niños muy pequeños y sin embargo poseen un gran contenido salino. Lo
mismo sucede con las bebidas gaseosas,
que se les da indiscriminadamente a los niños y a cualquier hora del día. Ningún padre daría una taza de café a su
hijo pequeñito, pero no le importa darle buenos vasos de bebida de cola que
contiene tantos o más excitantes que el café. Y, por supuesto, en las comidas
se debe tomar sólo agua, aunque se pueda hacer una excepción muy de allá para
cuándo. Pero no creamos que somos
mejores padres si nuestros hijos beben zumos o refrescos en las comidas, porque
estas bebidas son muy azucaradas, quitan el hambre, impidiendo tomar alimentos
nutritivos, y son fuente de gran cantidad de calorías vacías.
Cuando un niño tiene hambre, es más probable que coma cosas que le agradan menos y no pongan tantas pegas. A todos nos sucede que si "engañamos el hambre" con algo de picar, cuando llegamos a la mesa nuestro cerebro entiende que ya hemos comido y que no necesitamos más, no teniendo ya hambre. En ocasiones, las madres dan a sus hijos poco antes de la comida chucherías, galletas, zumos azucarados o cualquier otro alimento para que espere hasta la hora de comer, y luego se quejan de que el niño no quiere comer la comida.
Cuando un niño tiene hambre, es más probable que coma cosas que le agradan menos y no pongan tantas pegas. A todos nos sucede que si "engañamos el hambre" con algo de picar, cuando llegamos a la mesa nuestro cerebro entiende que ya hemos comido y que no necesitamos más, no teniendo ya hambre. En ocasiones, las madres dan a sus hijos poco antes de la comida chucherías, galletas, zumos azucarados o cualquier otro alimento para que espere hasta la hora de comer, y luego se quejan de que el niño no quiere comer la comida.
Pero también puede ocurrir que
realmente haya algún alimento que no les guste nada, de la misma manera que
todos tenemos algún alimento que se nos resiste. En esa situación, debemos comprenderlo y buscar algún otro alimento
que tenga posibilidades nutritivas similares, para que a nuestro hijo no le falte
ningún nutriente.
Si, como decíamos antes, hay algún alimento que nuestro hijo realmente
no sea capaz de comer porque no le gusta nada, hay que recordar que a todos nos
sucede y que no debemos hacerles pasar el suplicio de tomar aquel
alimento que no le gusta en grandes cantidades, porque es más sencillo que el niño no se niegue en rotundo en tragar un
alimento nuevo, si sabe que puede probar una cantidad pequeña y no va a ser
obligado a ingerir todo un plato. Pero es normal que forme un drama si desde el principio, y además con nervios y gritos, le hacemos tragar un plato lleno de un alimento que no le gusta.
En ocasiones, perdemos de vista el objetivo fundamental de hacer que
nuestros hijos "coman de todo", y sin
embargo anteponemos que "coma todo lo que se le pone en el plato" y se lo acabe hasta
el final y deprisita. Esta actitud tuvo sentido
en los momentos de crisis graves económicas en la que la nutrición no estaba
asegurada; pero ahora nos debemos fijar más en la calidad que en la cantidad. Por
tanto, debemos tener en cuenta que la
dieta, en conjunto, sea equilibrada a lo largo del día y que en una semana se haya comido de todos los
nutrientes necesarios para el buen funcionamiento de nuestro organismo. Es
decir, que aporte todo tipo de nutrientes alimentándose básicamente de vitaminas, proteínas, hidratos de carbono y grasas. Es un error rechazar las grasas cuando son
saludables; es decir, grasas vegetales y en cantidad reducida, puesto que también éstas son imprescindibles para el correcto
equilibrio corporal.
En definitiva, para evitar rechazos ante los
alimentos, conviene empezar con raciones
muy pequeñas e ir ampliándolas poco a poco. Y si no les ha agradado el
sabor del alimento nuevo, esperar unos
pocos días hasta volver a insistir,
pero nunca tirar la toalla. Tal vez si pruebas a cocinarlos de maneras divertidas y variadas,
el niño se acostumbre antes al nuevo alimento; y especialmente si participa junto con los padres en su elaboración.
Es obligación de los padres hacer que los niños
tomen la calidad de alimentos adecuada para su buena nutrición; y como norma
general, los padres tiene la responsabilidad de decidir qué se come en casa y
cuándo se come, pero los niños deben tener la autonomía de decidir cuánto
desean comer; porque, en
ocasiones, la percepción que los padres tienen sobre la cantidad que su hijo
debe comer puede ser errónea, poniéndole un plato como el del adulto, sin tener en cuenta que cada persona tiene su propia medida. Si el niño está sano, fuerte y alegre, no importa que no coma mucho.

Artículo realizado por Mª Ángeles Cabanes de la Osa, extraido de la propia experiencia y con pequeñas notas cogidas del libro de Ferrán Adriá, Valentín Fuster y Josep Corbella, titulado la Cocina de la Salud.